sábado, 27 de marzo de 2010

Un gran caso de amor y locuras.

Sujetos multifrénicos sedúcense mutuamente. Son tantos cada uno, que la confusión es inevitable.
Un tipo ruso fornido y bebedor habló alguna vez de los inconvenientes de vivir con otros inconscientes bajo el mismo techo.
Aun así, los hombres y mujeres se revuelcan en el huerto barroso a plena luz de luna. Perfecta tierra fecunda para el nacimiento de plantas e insectos, de hombres, mujeres y viejos rencores.
Puede que los huertos y las camas de motel se parezcan por lo cuadrado de su esencia, y el barro no sea sino un viscoso líquido blanco por todos conocidos.
Puede que tal confusa orgía haya llegado al punto más alto, se haya encumbrado, cerca de la medianoche con champaña de segunda marca y aulliditos estereotipados. El hecho es que pasadas las doce y quince la noche cerrada, cerrar no logra el cuerpo sangrado y desprovisto de lo que fue un hombre robusto y bebedor. Abierto como por arte de magia, la anatomía interna es la antibelleza, el horror literalmente entrañado.
El móvil policial acude rápidamente al hospital psiquiátrico en pos de investigar el caso.
Los moteles y los psiquiátricos mucho se parecen por las mugrientas sábanas repetidas de ayer, hoy y mañana.
Quizá no encuentre, el común relator, vínculos entre los huertos, las camas y los psiquiátricos. Pueden creer que son creaciones de una mente un poco desviada y retorcida como los tornillos y los fideos que me sirven, los martes que tanto detesto.
No son cosas que me preocupen porque escribo desde una habitación en la cual el sol cae todas las mañanas derrotado por una noche de insomnio y, mi nombre es interno 16.

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